El estado de las cosas tarde o temprano. Un chaval
desquiciado se contornea en aquellos laberintos que recorrieron sus abuelos.
Ellos buscaron y él quita su yuxtaposición para salir a un terminal infinito.
Andan despavoridos, descalzos husmeando su retablo se confunden para una sola
voz, insisto; quien arme su batahola tendrá respuesta, como un dios de rampas y
fanales de mercurio, he aquí el profeta que saldará sus huestes, el inventario
que se hace de una máquina no es su magnitud, y la música doctrinal ha callado
en el inconciente. Levántense como perros guías, soldados únicos de los
vientres que van desacondicionando la marcha, los puestos veneran el tumulto
porque no hay ni queda nada más. Adelantados de un coro pretencioso van
colisionando el tendido suicida de los más limpios. Un aldeano ha sido muerto
por los alacranes de la discordia, el onírico título se ha hecho sordo para las
ordenanzas. Estas son tus calles y tus iglesias, la fuga del werkén ha traído
miles de talismanes que ahora son nuestros. Recorren las amígdalas en una
asonada vital trastocando caballos veloces. El estado de las cosas tarde o
temprano despelleja. Un caldo mezcla la relación virtuosa de la forma universal
y el invierno asombrado se levanta a seguir su ciclo. Los druidas solo
abandonan el sol que debe nacer pronto, en ese corsario negro van izando de a
poco las velas y emprenden su estiramiento. Casi todos hemos seguido la senda
de apresurarnos sin correr, cuando la luz es leve y sin embargo llega. En la
orilla se tambalea como si no fuésemos nosotros. Una remienda en la caza nos
habla su nombre como un espejo, son naves marinas que aguardan viendo la
tersura que acaban de soplar.
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