lunes, 3 de septiembre de 2012




El oficio de escribir duerme. Es una paloma en celo permanente. Sentarse y esperar no encuentra ningún talante por donde acceder. Hay que sonreír con las manos alzadas y llorar como un chimpancé buscando el alimento.
Me llamo yo y encontrarse siempre de perfil en la hoja es color en los brazos, lo demás, una superficie pálida, sería un pelambre enjundioso viendo insustancialmente solo números calzados a la fuerza.
El grumo de la mente cortado en pequeños listones como un horizonte de challa, la especulación sobre cuerpos geométricos que dicen ser el alba o las aceras regadas en sangre, qué importa ¿o es que el horror ha invadido la nieve?
Una confabulación nos evade cuando el filo se hace torpe y la hoja va desapareciendo en los aniversarios de su copa. Es extraña, balbuceante. Los sonidos la sobrepasan y retornan. Eso es lo que tengo. Ella se queda. ¿Y si ella se quedara?

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