El oficio de escribir duerme. Es una paloma en celo
permanente. Sentarse y esperar no encuentra ningún talante por donde acceder.
Hay que sonreír con las manos alzadas y llorar como un chimpancé buscando el
alimento.
Me llamo yo y encontrarse siempre de perfil en la hoja es
color en los brazos, lo demás, una superficie pálida, sería un pelambre
enjundioso viendo insustancialmente solo números calzados a la fuerza.
El grumo de la mente cortado en pequeños listones como un
horizonte de challa, la especulación sobre cuerpos geométricos que dicen ser el
alba o las aceras regadas en sangre, qué importa ¿o es que el horror ha
invadido la nieve?
Una confabulación nos evade cuando el filo se hace torpe y
la hoja va desapareciendo en los aniversarios de su copa. Es extraña,
balbuceante. Los sonidos la sobrepasan y retornan. Eso es lo que tengo. Ella se
queda. ¿Y si ella se quedara?
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