martes, 11 de octubre de 2011

18: 26

La buena patada en los dientes. El orbe de inyecciones institucionales o la autogeneración de eso que nombro como un golpe. El piso de estos señores no parece ser el mío. El piso de estas personas está cerca de las radiaciones que van haciendo. Empecemos otra vez. La buena patada en los dientes suena mejor que una en la cabeza. El orbe de inyecciones institucionales parece la pobre metáfora de una mátrix flaite. Aunque probablemente no sea una metáfora y bien entendido (o mal) esto comienza a asustarme. No ahora, en verdad, pero si después. Con independencia de mediaciones lingüísticas o sistemas racionales de control y seguimiento, lo más seguro es que signifique cualquier otra cosa. El tema del golpe lo trastoca todo. Voy al encuentro desesperado en comprender la naturaleza de dios (digo dios), la distancia entre él y yo. A veces pienso que todos los vecinos del mundo son costales de harina. A ese día y a esa hora ¿cuál será la distancia? Me siento bien, desesperado cuando llegue el futuro, porque no logro intervenir en el golpe. Estoy entre la autogeneración de circunstancias, el ambiente sagrado, respetuoso y nauseabundo. Por otra parte el martillo cae cuando se le antoja. Unas galletas van a desviar o situarme. Debo realizar el experimento. Empanadas, pan con algo derretido. Me creo lejos, desesperado (el futuro llegó), por eso estoy en la página. El golpe, la poesía, el cielo. Si esto lo enviara a la mierda, haría algo infernal, no sé qué, estoy menos deschavetado que antes. El golpe, un gran espíritu, apretón de manos, afuera, invención, asco de la música europea; el mínimo de cariño para ponerse a escribir. Ya no consigo acercarme más. La espiral son voces de niños en la calle. Las oigo con unas tenazas gigantes que me salen de las orejas, me rodeo. Siempre la víctima remite a un centro que no es el que buscan sus cazadores, la herida se posiciona de un espacio al que siguen encadenamientos inexactos ¿Podría ser herido por el sonido de esos niños? Hay un encuentro que no es evitable pero ellos no saben de mí. El padre con esa voz anormal de todo adulto joven y emprendedor. De cualquier forma cierro la ventana, no los soporto ¿Ellos o yo? No debiese borronear tanto al escribir, generalmente por mesura, el análisis se va quebrando en insultos y deseos de asesinato. Pero todo tiene un fin. El piso de estos señores no parece ser el mío. El parecer es un gran concepto, el más poderoso del siglo XX, el más incómodo en los pensadores del siglo XXI. Es donde vivimos. Hay cosas que se mueven alrededor de otras cosas y hacen más o menos ruido, más o menos colores y trabas. En mí casi no es tolerable el desierto a mitad de camino en la destrucción y la paz. El entorno parece autogenerado hacia la quietud y la alegría. Sé que hay gente realmente buena, natural en su movimiento. Parece una conspiración, el piso de estas personas está cerca de las radiaciones que van haciendo, victima de uno mismo. El piso de estos señores no parece ser el mío, he comido mucho, es la única forma que libera el descontrol; o escribir como un autogolpe en la cabeza, en el hocico, caminar para nunca traicionarse.

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